sábado, 29 de septiembre de 2012

¿Hasta donde obedecerías a la autoridad?

Dejadme que os cuente un relato aterrador y apasionante, una historia real a más no poder, que arroja más luz sobre la naturaleza humana que cualquier fábula, y contiene lecciones de más provecho que cualquier cuento:

Stanley Milgram había realizado este experimento para investigar las causas de la Segunda Guerra Mundial, para intentar entender por qué los ciudadanos alemanes habían obedecido a Hitler.

Así que diseñó un experimento para investigar la obediencia, para ver si los Alemanes tenían, por algún motivo, más tendencia a obedecer órdenes perjudiciales por parte de gente con autoridad.

Primero realizó una versión piloto de su experimento en ciudadanos estadounidenses, como control.

Y después no se molestó en intentarlo en Alemania.

Equipamiento experimental: una serie de 30 interruptores puestos en una línea horizontal, con rótulos que empezaban a '15 voltios' y subiendo hasta '450 voltios', con rótulos para cada grupo de cuatro interruptores. El primer grupo de cuatro llevaba la etiqueta 'Choque Ligero', el sexto grupo 'Choque de Intensidad Extrema', el séptimo grupo etiquetado como 'Peligro: Choque Severo' y los dos últimos interruptores que quedaban simplemente marcados 'XXX'.



Y un actor, un cómplice del experimentar, que se había presentado ante los verdaderos sujetos como alguien igual que ellos: alguien que había contestado a la misma publicidad por participantes en un experimento sobre enseñanza, y qye había perdido una lotería (amañada) y había sido atado a una silla, junto con los electrodos. A los auténticos sujetos experimentales se les había administrado un ligero choque con los electrodos, solo para que vieran que realmente funcionaba.



Al auténtico sujeto le habían dicho que el experimento era sobre los efectos del castigo en la enseñanza y la memoria, y que esa parte de la prueba era para ver si hacía una diferencia qué clase de persona administraba el castigo; y que la persona atada a la silla intentaría memorizar conjuntos de pares de palabras, y que cada vez que el 'alumno' se equivocaba en una palabra, el profesor tenía que darle un choque cada vez más fuerte.

Al llegar a los 300 Voltios, el actor dejaría de intentar contestar y empezaría a meter patadas contra la pared, tras lo cual el experimentador instruiría al sujeto que tratara no-respuestas como respuestas equivocadas y continuara.

Al llegar a los 315 voltios, las patadas en la pared se repetirían.

A partir de ahí no se oiría nada.

Si el sujeto protestaba o se negaba a apoyar un interruptor, el experimentador, manteniendo una actitud impasible y vestido en una bata gris de laboratorio, diría 'Por favor continúe', luego 'El experimento exige que continúe', luego 'Es absolutamente esencial que usted continúe', luego 'Usted no tiene otra alternativa, debe seguir'. Si el cuarto empujón no funcionaba, el experimento se detenía en el acto.

Antes de llevar a cabo el experimento, Milgram había descrito el planteamiento experimental, y preguntó a catorce catedráticos de psicología qué porcentaje de sujetos emujaría el último de los dos interruptores marcados XXX, después de que la víctima haya dejado de responder.

La respuesta más pesimista había sido un 3%.

El número real resultó ser 26 de 40.

Los sujetos habían sudado, gemido, tartamudeado, reído nerviosamente, mordido sus labios, clavado sus uñas en su piel... Pero, ante las órdenes del experimentador, habían, mayoritariamente, continuado administrando lo que creían ser choques eléctricos dolorosos, peligrosos, quizá letales. Hasta el final.

Era peligroso, intentar adivinar psicología evolutiva si no eras un psicólogo evolutivo profesional, pero cuando uno lee acerca del experimento de Milgram, uno puede sospechar que situaciones como esta habían surgido muchas veces en el entorno ancestral, y que la mayoría de antepasados potenciales que intentaron desobedecer a la Autoridad estaban muertos. O que, al menos, habían tenido menos éxito que los obedientes. La gente se ve como buena y moral, pero, a la hora de la verdad, algún botón se activaba en su cerebro, y de repente era mucho más difícil desafiar heroicamente a la Autoridad de lo que creían. Aunque pudieras hacerlo, no sería fácil, no sería una demostración espontánea de heroísmo. Temblarías, se te entrecortaría la voz, tendrías miedo: serías capaz de desafiar a la Autoridad aún entonces?

Si te dan un vaso medio vacío y medio lleno, entonces es así como la realidad es, esa es la verdad y eso es lo que hay; pero aún tienes la opción de elegir cómo te sientes al respecto, si desesperarte ante la mitad ya vacía o regocijarte ante la el agua que está ahí.

Milgram había intentado ciertas otras variaciones en su test.

En el decimoctavo experimento, el sujeto experimental sólo había tenido que leer las palabras a la víctima atada a la silla, y registrar las respuestas, mientras otra persona apoyaba los interruptores. Era el mismo sufrimiento aparente, el mismo pataleo frenético seguido por silencio, pero no eras tú el que apoyaba el interruptor. Tú sólo mirabas cómo pasaba, y leías las preguntas a la persona siendo torturada.

37 de 40 sujetos habían continuado su participación a ese experimento hasta el final, el final de 450 voltios marcado XXX.

Uno podría decidir sentirse cínico al respecto.

Pero 3 de 40 sujetos se habían negado a participar hasta el final.

Realmente existían, en el mundo, las personas que no harían daño a otros sólo porque una autoridad les diga que lo hagan. Aquellas que habían abrigado a gitanos y judíos y homosexuales y comunistas en sus desvanes durante el Holocausto, y a veces perdieron la vida por ello.

¿Y son esas personas de una especie que no fuera la humana? ¿Acaso tienen algún engranaje extra en sus cabezas, algún cacho adicional de circuitería neuronal, que mortales inferiores no poseen? Pero eso no era probable, dada la lógica de la reproducción sexual, que decía que los genes para maquinaria compleja serían malogrados más allá de todo arreglo, si no fuesen universales. Sea lo que sea de lo que esté hecha esa gente, todo el mundo tiene esas mismas partes dentro en alguna parte...

... bueno, es un pensamiento muy majo, pero no es estrictamente cierto, existen los daños cerebrales, la gente podía aprender genes y la complejísima máquina podría dejar de funcionar, había sociópatas y psicópatas, gente a la que le faltaba el engranaje de preocuparse. Quizas los instigadores de atrocidades habían nacido así, o quizás habían conocido el bien y aún así elegido el mal; a estas alturas no importa en lo más mínimo. Pero una supermayoría de la población debería ser capaz de aprender a hacer lo que los resistores al Holocausto hicieron.

La gente que había pasado por el experimento de Milgram, que habían temblado y sudado y reído nerviosamente mientras llegaban hasta el final de apretar los interruptores marcados 'XXX', muchos de ellos habían escrito para dar las gracias a Milgram, después, por lo que habían aprendido acerca de sí mismos. Eso también era parte de la historia, la leyenda de ese legendario experimento.

1 comentario:

  1. Enfrentarse a la autoridad es siempre dificil. Hay que tener mucha confianza en uno mismo y en tus ideas, pues cuando te enfrentes a ella lo mas probable es que lo hagas solo. Sobre todo al principio.
    Mi mas profundo respeto para aquellas personas que aun arriesgandose (en algunos casos hasta su vida) se enfrentan a la "autoridad" para hacer de este un mundo mejor

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