sábado, 29 de septiembre de 2012

Editorial 01: ¿Qué es 'El Ingenio'?

Esto es una estátua de Robert Fulton. Puro respeto.
ingenio:


1    Capacidad que tiene una persona para imaginar o inventar cosas combinando con inteligencia y habilidad los conocimientos que posee y los medios de que dispone:  el ingenio de Leonardo da Vinci le llevó a diseñar numerosas máquinas para volar; poseía un gran ingenio para componer.
2   Persona que posee esta capacidad; se aplica especialmente a escritores o pensadores del pasado:  en "El Anfiteatro de Felipe el Grande" colaboraron ingenios como Quevedo, Ruiz de Alarcón y Calderón de la Barca; los ingenios de la Ilustración eran en su mayoría filósofos y hombres enormemente ilustrados.
3   Capacidad intelectual para dar con rapidez, claridad y agudeza la respuesta a una pregunta, la solución a un problema o a una dificultad, etc.:  ese político tiene mucho ingenio y responde con brillantez a preguntas muy comprometidas; en tiempo de penuria se aguza el ingenio.
4   Capacidad o facilidad para captar y mostrar el aspecto gracioso de las cosas y para inventar chistes, afirmaciones o juicios agudos y llenos de humor.
Máquina, artilugio mecánico u obra de ingeniería en general:  según el organismo encargado del lanzamiento, el primero de los ingenios saldrá al espacio en junio; esos ingenios electrónicos llamados computadoras tienen una increíble capacidad para almacenar cantidades enormes de información.
6   Instrumento que utilizan los encuadernadores para cortar los cantos de los libros. 
El Ingenio es un blog que aspira a promover los ideales que sugiere su nombre, y a ser una fuente de información y un foro de discusión para la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Barcelona.

El objetivo es proporcionar información útil e interesante, en un formato divertido y dinámico, y sacando provecho de los recursos que Internet nos ofrece hoy día.

Muchos acusan a los ingenieros e ingenieras de ser ejecutantes, gente que está tan sobrecargada de trabajo que apenas tiene energía para pensar por sí misma. Gente sosa y sin un ápice de chispa, gente que no sabe expresar sentimientos o ideas propias, que no tiene opinión sobre nada que no sea estrictamente técnico.

Esa no es nuestra visión de la persona ingeniera.

Los anglosajones también tienen una noción diferente de lo que es un ingeniero.
Un ingeniero del sur de EEUU.

La ingeniera es una científica práctica, una empirista que tiene un contacto profundo y directo con el océano de realidades materiales que constituyen la vida diaria de todos y cada uno de nosotros.

No se lía a contestar preguntas del tipo "¿Qué es la Belleza?". Eso entra dentro del dominio de tus misterios de la filosofía. Un ingeniero se plantea: "¿Cómo voy a organizar la logística de obtener las materias primas, fabricar, y repartir por veinte países, al menor coste posible, el último conjunto de lencería de Zara, que saca uno nuevo cada semana y no tiene stocks?" O, más dramáticamente, "¿cómo voy a organizar la fabricación distribución de antibióticos en diez países de África de modo a salvar el máximo de vidas?"

La ingeniera tiene la responsabilidad de saber discernir, de entre la miríada de opciones disponibles para resolver cada problema, cuáles son las óptimas, de acuerdo con un criterio empírico y racional.




 De hecho, tiene la responsabilidad de saber plantear el problema en primer lugar, de tomar un cúmulo nebuloso de dificultades y de ignorancia, y sacar de él, formuladas con claridad, qué pregunta se plantea realmente, y qué forma tendrá la respuesta: las especificaciones del problema.


El ingeniero tiene que ser capaz de entender las necesidades de aquellos que le piden ayuda, y de, una vez ideada la solución, planteársela de forma que la entiendan, la acepten, y la quieran aplicar. Eso implica un diálogo complejo y sofisticado.



Para cumplir con éste papel no basta con saber enchufar números, o incluso con ser un genio en el aspecto técnico. Hace falta algo más.

Hay más para aprender, en este mundo, de lo que uno podría aprender jamás. Este periódico sólo se propone la tarea de enseñaros por donde van algunos tiros, y, de paso, divertiros.

Que nadie diga que la Gente del Ingenio no sabemos pasar un buen rato.

つづく
(Continuará)

En los próximos artículos, hablaremos de política internacional, de racionalidad e ingenio, de ciencia y obediencia, de artilugios raros, y de muchas cosas más. Y os prometemos fotos. De gente guapa. En poses sugerentes. Como @#~½¬ profesionales.


P.S. Cualquiera que quiera colaborar, regular o puntualmente, anónima o públicamente, será el bienvenido. Adelante con esae plumateclado!
P.P.S. Las fotos saldrán sin discriminación por religión, raza... o sexo... Pero podría haber cierta discriminación por edad.
Obviamente, lo lamentamos profundamente y con toda sinceridad... pero es inevitable: hay una gran escasez de fotografías de éste tipo en los medios de comunicación que representen a gente de más de cuarenta años. Salvo si son Vladimir Putin.


Austeridad Injustificada

Pocos días atrás, la sabiduría convencional era que Europa finalmente tenía las cosas bajo control. El Banco Central Europeo, con la promesa de comprar bonos de gobiernos en problemas si es necesario, había calmado los mercados. Todo lo que las naciones deudoras tenían que hacer, decían, era someterse a una austeridad más y más profunda - la condición para los préstamos de los bancos centrales - y todo iría bien.

Pero los proveedores de sabiduría convencional olvidaron que había gente involucrada. De repente, España y Grecia son sacudidas por huelgas e inmensas manifestaciones. El público en esos países está, de hecho, diciendo que ha alcanzado su límite. Con el desempleo a niveles de Gran Depresión y con trabajadores de clase media reducidos a investigar los containers de basura en busca de comida, la austeridad ya ha ido demasiado lejos. Y eso significa que podría no haber acuerdo después de todo.

Muchos comentarios sugieren que los ciudadanos de España y Grecia sólo están retrasando lo inevitable, rebelándose ante sacrificios que deben, de hecho, hacerse. Pero la realidad es que los manifestantes tienen razón. Más austeridad no sirve ningún propósito útil; los auténticos jugadores irracionales aquí son los supuestamente serios políticos y oficiales que están exigiendo aún más dolor.


Fijémonos en las miserias de España. Cual es el auténtico problema económico? Básicamente, españa está padeciendo la resaca de una enorme burbuja inmobiliaria, que causó a la vez un boom económico y un periodo de inflación que dejaron a la industria española incompetitiva respecto del resto de Europa. Cuando la burbuja reventó, España se quedó con el difícil problema de recobrar competitividad, un proceso doloroso que llevará años. A menos que España deje el euro (un paso que nadie quiere tomar), está condenada a años de paro elevado.

Pero este sufrimiento, cuya inevitabilidad es debatible, está siendo aumentado enormemente por duros recortes de gastos; y esos recortes son un caso de infligir dolor por infligir dolor.

Para empezar, España no se encontró en problemas porque su gobierno fuese pródigo. Por lo contrario, en vísperas de la crisis, España tenía un superávit y una deuda muy baja. Grandes déficits emergieron cuando la economía se hundió, llevándose con ella los ingresos, pero, aún así, España no parece tener una deuda tan grande. Es cierto que España está teniendo dificultades a la hora de tomar préstamos para financiar sus déficit. Esos problemas se deben, sin embrago, principalmente a los miedos que hay acerca de las dificultades más amplias de la nación (no siendo la menor de ellas el miedo al caos político frente a un desempleo muy elevado). Y afeitarse unos puntos del déficit presupuestario no resolverá esos miedos. De hecho, investigaciones por parte del FMI sugieren que los recortes en economías profundamente deprimidas podrían en realidad reducir la confianza de los inversores porque aceleran el ritmo de declive económico.

En otras palabras, la pura economía de la situación sugiere que España no necesita más austeridad. No debería montar ninguna fiesta, y de hecho, probablemente no tiene alternativa (salvo abandonar el euro) a un periodo sostenido de tiempos duros. Pero cortes slavajes a servicios públicos esenciales, para ayudar a los necesitados, etc. de hechodañan las expectativas de éste país para un ajuste exitoso.

Por qué, pues, hay exigencias para aún más dolor?

Parte de la explicación es que, en Europa como en América, demasiada Gente Muy Seria se ha dejado absorber por el culto a la austridad, por la creeencia de que los déficits presupuestarios, no el desempleo de masas, son el peligro claro y presente, y que la reducción de déficits probablemente resolverá un problema traído por excesos del sector público.

Por lo demás, una significativa pare de la opinión pública en el corazón de Europa (por encima de todo, en Alemania), está profundamente comprometida con una falsa visión de la situación. Hablad con figuras públicas alemanas y representarán la eurocrisis como una fábula moralista, el cuento de dos países que vivieron la buena vida y ahora se enfrentan al juicio inevitable. No importa el hecho de que esto no es para nada lo que ocurrió (y el hecho igualmente inconveniente de que los bancos alemanes jugaron un papel importante en inflar la burbuja inmobiliaria española). El pecado y sus consecuencias son su historia, y se mantienen fieles a ella.

Peor aún, esto es también lo que muchos votantes alemantes creen, en gran parte porque ses lo que les dijeron sus políticos. Y el miedo al rechazo por parte de votantes que creen, equivocadamente, que están pagando por las consecuencias de la irresponsabilidad sureña hace que los políticos alemanes sin much avoluntad de aprobar préstamos de emergencia esenciales a España y a otras naciones en problemas a menos que los prestamistas sean castigados primero.

Obviamente, no es así que estas exigencias están representadas. Pero de esto se trata en realidad. Y es hora desde hace tiempo que se ponga un final a esta locura cruel. Si Alemania realmente quiere salvar el euro, debería dejar el banco central europeo hacer lo que sea necesario para rescatar las naciones deudoras, y debería hacerlo sin exigir más dolor innecesario.






¿Hasta donde obedecerías a la autoridad?

Dejadme que os cuente un relato aterrador y apasionante, una historia real a más no poder, que arroja más luz sobre la naturaleza humana que cualquier fábula, y contiene lecciones de más provecho que cualquier cuento:

Stanley Milgram había realizado este experimento para investigar las causas de la Segunda Guerra Mundial, para intentar entender por qué los ciudadanos alemanes habían obedecido a Hitler.

Así que diseñó un experimento para investigar la obediencia, para ver si los Alemanes tenían, por algún motivo, más tendencia a obedecer órdenes perjudiciales por parte de gente con autoridad.

Primero realizó una versión piloto de su experimento en ciudadanos estadounidenses, como control.

Y después no se molestó en intentarlo en Alemania.

Equipamiento experimental: una serie de 30 interruptores puestos en una línea horizontal, con rótulos que empezaban a '15 voltios' y subiendo hasta '450 voltios', con rótulos para cada grupo de cuatro interruptores. El primer grupo de cuatro llevaba la etiqueta 'Choque Ligero', el sexto grupo 'Choque de Intensidad Extrema', el séptimo grupo etiquetado como 'Peligro: Choque Severo' y los dos últimos interruptores que quedaban simplemente marcados 'XXX'.



Y un actor, un cómplice del experimentar, que se había presentado ante los verdaderos sujetos como alguien igual que ellos: alguien que había contestado a la misma publicidad por participantes en un experimento sobre enseñanza, y qye había perdido una lotería (amañada) y había sido atado a una silla, junto con los electrodos. A los auténticos sujetos experimentales se les había administrado un ligero choque con los electrodos, solo para que vieran que realmente funcionaba.



Al auténtico sujeto le habían dicho que el experimento era sobre los efectos del castigo en la enseñanza y la memoria, y que esa parte de la prueba era para ver si hacía una diferencia qué clase de persona administraba el castigo; y que la persona atada a la silla intentaría memorizar conjuntos de pares de palabras, y que cada vez que el 'alumno' se equivocaba en una palabra, el profesor tenía que darle un choque cada vez más fuerte.

Al llegar a los 300 Voltios, el actor dejaría de intentar contestar y empezaría a meter patadas contra la pared, tras lo cual el experimentador instruiría al sujeto que tratara no-respuestas como respuestas equivocadas y continuara.

Al llegar a los 315 voltios, las patadas en la pared se repetirían.

A partir de ahí no se oiría nada.

Si el sujeto protestaba o se negaba a apoyar un interruptor, el experimentador, manteniendo una actitud impasible y vestido en una bata gris de laboratorio, diría 'Por favor continúe', luego 'El experimento exige que continúe', luego 'Es absolutamente esencial que usted continúe', luego 'Usted no tiene otra alternativa, debe seguir'. Si el cuarto empujón no funcionaba, el experimento se detenía en el acto.

Antes de llevar a cabo el experimento, Milgram había descrito el planteamiento experimental, y preguntó a catorce catedráticos de psicología qué porcentaje de sujetos emujaría el último de los dos interruptores marcados XXX, después de que la víctima haya dejado de responder.

La respuesta más pesimista había sido un 3%.

El número real resultó ser 26 de 40.

Los sujetos habían sudado, gemido, tartamudeado, reído nerviosamente, mordido sus labios, clavado sus uñas en su piel... Pero, ante las órdenes del experimentador, habían, mayoritariamente, continuado administrando lo que creían ser choques eléctricos dolorosos, peligrosos, quizá letales. Hasta el final.

Era peligroso, intentar adivinar psicología evolutiva si no eras un psicólogo evolutivo profesional, pero cuando uno lee acerca del experimento de Milgram, uno puede sospechar que situaciones como esta habían surgido muchas veces en el entorno ancestral, y que la mayoría de antepasados potenciales que intentaron desobedecer a la Autoridad estaban muertos. O que, al menos, habían tenido menos éxito que los obedientes. La gente se ve como buena y moral, pero, a la hora de la verdad, algún botón se activaba en su cerebro, y de repente era mucho más difícil desafiar heroicamente a la Autoridad de lo que creían. Aunque pudieras hacerlo, no sería fácil, no sería una demostración espontánea de heroísmo. Temblarías, se te entrecortaría la voz, tendrías miedo: serías capaz de desafiar a la Autoridad aún entonces?

Si te dan un vaso medio vacío y medio lleno, entonces es así como la realidad es, esa es la verdad y eso es lo que hay; pero aún tienes la opción de elegir cómo te sientes al respecto, si desesperarte ante la mitad ya vacía o regocijarte ante la el agua que está ahí.

Milgram había intentado ciertas otras variaciones en su test.

En el decimoctavo experimento, el sujeto experimental sólo había tenido que leer las palabras a la víctima atada a la silla, y registrar las respuestas, mientras otra persona apoyaba los interruptores. Era el mismo sufrimiento aparente, el mismo pataleo frenético seguido por silencio, pero no eras tú el que apoyaba el interruptor. Tú sólo mirabas cómo pasaba, y leías las preguntas a la persona siendo torturada.

37 de 40 sujetos habían continuado su participación a ese experimento hasta el final, el final de 450 voltios marcado XXX.

Uno podría decidir sentirse cínico al respecto.

Pero 3 de 40 sujetos se habían negado a participar hasta el final.

Realmente existían, en el mundo, las personas que no harían daño a otros sólo porque una autoridad les diga que lo hagan. Aquellas que habían abrigado a gitanos y judíos y homosexuales y comunistas en sus desvanes durante el Holocausto, y a veces perdieron la vida por ello.

¿Y son esas personas de una especie que no fuera la humana? ¿Acaso tienen algún engranaje extra en sus cabezas, algún cacho adicional de circuitería neuronal, que mortales inferiores no poseen? Pero eso no era probable, dada la lógica de la reproducción sexual, que decía que los genes para maquinaria compleja serían malogrados más allá de todo arreglo, si no fuesen universales. Sea lo que sea de lo que esté hecha esa gente, todo el mundo tiene esas mismas partes dentro en alguna parte...

... bueno, es un pensamiento muy majo, pero no es estrictamente cierto, existen los daños cerebrales, la gente podía aprender genes y la complejísima máquina podría dejar de funcionar, había sociópatas y psicópatas, gente a la que le faltaba el engranaje de preocuparse. Quizas los instigadores de atrocidades habían nacido así, o quizás habían conocido el bien y aún así elegido el mal; a estas alturas no importa en lo más mínimo. Pero una supermayoría de la población debería ser capaz de aprender a hacer lo que los resistores al Holocausto hicieron.

La gente que había pasado por el experimento de Milgram, que habían temblado y sudado y reído nerviosamente mientras llegaban hasta el final de apretar los interruptores marcados 'XXX', muchos de ellos habían escrito para dar las gracias a Milgram, después, por lo que habían aprendido acerca de sí mismos. Eso también era parte de la historia, la leyenda de ese legendario experimento.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Propaganda: una noble y útil tradición

Esto es un extracto del libro de Aldous Huxley, Nueva Visita A Un Mundo Feliz (disponible en su entereza en pdf en Español aquí ; como veréis, es un libro estupendo, y creo que disfrutaríais mucho leyéndolo)

En su propaganda antirracional, los enemigos de la libertad pervierten sistemáticamente los recursos del lenguaje, con el objeto de atraer o empujar a sus víctimas hacia el modo de pensar, sentir y obrar que ellos, los manipuladores de la mente, desean. Una educación para la libertad (y para el amor y la inteligencia que son, a un mismo tiempo, las condiciones y los resultados de la libertad) debe ser, entre otras cosas, una educación en el uso propio del lenguaje.
Desde hace dos o tres generaciones, los filósofos han dedicado mucho tiempo y mucha meditación al análisis de los símbolos y al significado del significado. ¿Cómo se relacionan las palabras y expresiones que hablamos con las cosas, personas y sucesos con los que nos  encontramos en nuestra vida cotidiana? Examinar este problema nos exigiría mucho tiempo y nos llevaría demasiado lejos. Basta que  digamos que disponemos actualmente de todo el material intelectual que se precisa para una sólida educación en el uso propio del lenguaje, para una educación en todos los niveles, desde el jardín de infantes hasta los cursos para graduados.
Esta educación en el arte de distinguir entre  l uso propio y el uso impropio de los símbolos debería ser inaugurada inmediatamente. En verdad, pudo haber sido inaugurada en cualquier momento de los últimos treinta o cuarenta años. Y, sin embargo, en ningún sitio se enseña a los niños, de un modo sistemático, a distinguir la afirmación verdadera de la falsa, la significativa de la carente de significado.

¿Por qué es así? Porque sus mayores, inclusive en los países democráticos, no quieren darles esta clase de educación. A este respecto, la breve y triste historia del Instituto de Análisis de la Propaganda es significativa en grado sumo.
El Instituto fue fundado en 1937, cuando la propaganda nazi era más ruidosa y efectiva, por el señor Filene, el filántropo de Nueva Inglaterra. Bajo los auspicios de este centro, se hicieron análisis de propaganda no racional y se prepararon varios textos para la instrucción de los estudiantes secundarios y universitarios.
Vino luego la guerra, una guerra total, en todos los frentes, en el mental no menos que en el físico. Con todos los Gobiernos Aliados dedicados a la "guerra psicológica", insistir en la conveniencia del análisis de la propaganda parecía un poco una falta de tacto. El Instituto fue cerrado en 1941.
Pero inclusive antes del estallido de las hostilidades había muchas personas a las que las actividades del centro les parecían muy inconvenientes. Ciertos educadores, por ejemplo, desaprobaban la enseñanza del análisis de la propaganda alegando que induciría al cinismo a los adolescentes. Tampoco los militares acogían con agrado tal enseñanza; temían que los reclutas comenzaran a analizar el lenguaje de los sargentos instructores. Y estaban luego los clérigos y los anunciantes. Los clérigos se pronunciaban contra el análisis de la propaganda alegando que un análisis así socavaría la fe y disminuiría la asistencia a la iglesia; los anunciantes adoptaron la misma actitud por entender que tal análisis socavaría la lealtad a las marcas y reduciría las ventas.

Estos temores y desagrados no carecían de fundamento. Un escrutinio demasiado a fondo por parte de demasiada gente del común de lo que dicen sus pastores y maestros puede resultar profundamente subversivo.
En su forma presente, el orden social depende para su continuación de la aceptación, sin demasiadas preguntas embarazosas, de la propaganda presentada por quienes tienen autoridad y de la propaganda santificada por las tradiciones locales.
Una vez más, el problema consiste en encontrar el oportuno término medio. Los individuos deben ser lo bastante sugestionables para que quieran y puedan hacer que su sociedad funcione, pero no tan sugestionables que caigan bajo el hechizo de manipuladores profesionales de la mente.
Análogamente, debe enseñárseles en materia de análisis de la propaganda lo suficiente para que no crean a ojos cerrados en la pura insensatez, pero no tanto que rechacen abiertamente las manifestaciones no siempre racionales de los bien intencionados guardianes de la tradición. Probablemente, el feliz término medio entre la credulidad y el escepticismo total nunca podrá ser descubierto y  mantenido por el solo análisis.
Este planteamiento más bien negativo del  problema tendrá que ser complementado por algo más positivo: la enunciación de una serie de valores generalmente aceptables basados en un sólido cimiento de hechos.
El valor, ante todo, de la libertad individual, basado en los hechos de la diversidad humana y de la singularidad genética; el valor de la caridad y la compasión, basado en un hecho conocido de antiguo y descubierto de nuevo por la moderna psiquiatría, es decir, el hecho de que el amor es tan necesario para los seres humanos como la comida y el techo; y, finalmente, el valor de la inteligencia, sin la que el amor es impotente y la libertad, inasequible.
Esta serie de valores nos proporcionará un criterio para que la propaganda pueda ser juzgada. La propaganda que resulte insensata e inmoral podrá así ser rechazada sin discusión. La que sea meramente irracional, pero resulte compatible con el amor y la libertad y no se oponga en principio al ejercicio de la inteligencia, podrá ser provisionalmente aceptada por lo que valga.
En otras palabras: nuestros mayores no nos han preparado a nosotros, ni están preparando a los más jóvenes, a defenderse de la propaganda y la manipulación, política, mediática, y publicitaria. Y la razón parece ser deprimentemente sencilla: eso les da poder sobre nosotros.

El poder de inculcarnos sus valores, su narrativa, el de hacernos a la imagen que ellos quieren, previniendo que lo podamos decidir nosotros con un criterio otro que el que nos inculcan.

En sí, transmitir cultura no es malo, ni lo es intentar conseguir que los jóvenes sigan el liderazgo de los más experimentados. Pero, si es verdad que esas costumbres son tan buenas y tan dignas de ser heredadas, si es cierto su liderazgo es tan excelente que seguirlo es la mejor opción, estos hechos deberían ser capaces de sostenerse por sí mismos.

Y el hecho de que teman que tengamos la capacidad de evaluar lo que nos ofrecen, pone en entredicho la autenticidad de las "verdades" que nos dicen, y la justicia de las órdenes que nos dan.

Una sociedad sana, racional, no necesita usar los trucos de la mentira para hacer llegar la verdad, porque una verdad empírica se aguanta por sí sola.

En los artículos que seguirán a este, exploraré, mediante una selección de artículos sacados de varias fuentes, las múltiples formas en que la verdad queda falsificada y manipulada. Sesgos, falacias, y errores de juicio, que muchos cometemos a diario y sin apenas darnos cuenta, y que se interponen en nuestro camino a la verdad, y a la libertad de elegir con conocimiento de causa y de actuar en buena conciencia.